martes, 12 de junio de 2012

SUSTANCIAS NOCIVAS PARA LA SALUD

Azúcares  (incluyen azúcar blanco y moreno, miel refinada, sacarina, glucosa, maltosa y dextrosa). Estos se encuentran en productos refinados e integrales de pastelería, galletas, algunos cereales y panes, refrescos, salsas y embutidos, entre otros.
Para entender bien el efecto de estas sustancias en el organismo, es importante hacer un repaso de cómo funciona la regulación de la glucosa de la sangre.
El organismo necesita glucosa (azúcar) para cumplir todas sus funciones. Esta glucosa proviene de los carbohidratos complejos que consumimos durante el día. Por ejemplo (ver tabla arriba), cuando nos despertamos por la mañana nuestro nivel de glucosa es bajo puesto que hemos estado sin comer, aproximadamente 8 horas, desde la cena. Al levantarnos y tomar un desayuno basado en carbohidratos completos, proteínas y grasas como, por ejemplo, la leche o yogur de soja, copos de quínoa, semillas, frutos secos y una pieza de fruta, la fibra y combinación de nutrientes que se encuentran en estos alimentos, hace que su digestión y metabolismo genere una producción constante de glucosa y, por lo tanto, de energía. Es normal que poco antes de la hora de comer sintamos sensación de hambre y un ligero bajón propio del desgaste de esta energía. Al ingerir una comida basada, por ejemplo, en una sopa de verduras, arroz con algas y una ensalada con semillas, volvemos a generar una producción de glucosa y energía constante y duradera que nos acompañará hasta la hora de la cena, donde este proceso se volverá a repetir. El resultado es una energía, mental y física, equilibrada durante todo el día.
Si, por el contrario (ver tabla arriba), para desayunar optamos por un café con azúcar, unas galletas y un zumo concentrado de naranja, los niveles de glucosa en la sangre suben desproporcionadamente y de forma rápida, debido a que el azúcar presente en el desayuno pasa rápidamente a la sangre. Cuando esto ocurre el cuerpo se pone en estado de alarma, puesto que estos niveles son exageradamente altos y dañinos para el organismo. Cuando la glucosa en la sangre sube, el páncreas produce insulina, que se encarga de bajar estos niveles. Sucede de forma rápida produciendo un bajón de glucosa y unos síntomas tan desagradables como agotamiento, irritabilidad, falta de concentración somnolencia, malestar, mareo, y necesidad de tomar algo dulce, un café o fumar un cigarrillo. Si en ese momento volvemos a comer algo dulce, la glucosa volverá a subir desproporcionadamente produciendo otra descarga de insulina, y el ciclo volverá a repetirse. Estos altibajos, a la larga, pueden causar un desequilibrio generalizado en todo el organismo.
Por si esto fuera poco, cuando los niveles de glucosa en la sangre están bajos, la producción de histamina aumenta. Se trata de una poderosa sustancia producida por las células que puede causar inflamación crónica y síntomas tan variados como asma, artritis, migrañas, problemas intestinales, alergias, depresión y un largo etcétera.
Por otro lado, el azúcar no nos aporta nutrientes, sino que, por el contrario, nos quita sustancias tan importantes como la gama de las vitaminas B y minerales como el calcio, magnesio y cromo, entre otros.
Grasas saturadas, hidrogenadas y aceites fritos de semillas. Se encuentran en el queso, leche y carne roja, margarina, comida precocinada y bollería, respectivamente.
El cuerpo necesita un cierto tipo de grasas para sobrevivir y cumplir una serie de funciones vitales para el organismo. A estas grasas se les denomina ácidos grasos esenciales, pues el cuerpo no las puede fabricar, sino que las adquiere a través de la dieta. Este tipo de grasa reduce el riesgo de cáncer, enfermedades cardiovasculares, artritis, problemas de piel y hormonales, depresión, y alergias, entre otros. Estos ácidos se dividen en dos familias: Omega 3 y Omega 6. Y se encuentran en semillas, frutos secos y pescado. Quienes no consumen estos alimentos regularmente, corren el riesgo de tener una deficiencia.
Las grasas o aceites poliinsaturados que se encuentran, por ejemplo, en el aceite de girasol, sésamo o lino, se presentan líquidos a temperatura ambiente y son extremadamente frágiles a la luz y calor. Cuando se les somete a altas temperaturas, por ejemplo al freírlos, su estructura molecular cambia y pasan a convertirse en radicales libres o toxinas. Igual ocurre cuando se les añade hidrógeno para hacerlos sólidos (grasas hidrogenadas), como la margarina. En este estado molecular el cuerpo no los reconoce como nutrientes y, por consiguiente, no puede hacer uso de ellos. Por otro lado, estas grasas tóxicas bloquean la habilidad del organismo para usar los aceites poliinsaturados saludables produciendo inflamación, entre muchos otros síntomas.
Los productos lácteos y la carne, por otro lado, son altos en un tipo de grasa denominada ácido araquidónico, que favorece la inflamación y, como acabamos de ver, bloquea la capacidad del cuerpo para metabolizar adecuadamente los aceites poliinsaturados.
Es recomendable usar aceite de oliva para cocinar y aceite de semillas prensado en frío para su consumo en crudo (el aceite de oliva también se puede consumir en crudo). Por otro lado, se pueden utilizar semillas en lugar de aceites vegetales, y es importante guardar ambos en la nevera para evitar su deterioro.
Productos lácteos. Estos productos, a parte de no ser recomendables por lo antes mencionado sobre su alto contenido en grasa saturada y proinflamatoria, suelen producir una gran variedad de problemas para la salud. El más destacado y poco reconocido es que son alimentos muy dados a producir alergias o intolerancias, que en muchas personas pasan desapercibidas.
Cuando nacemos nuestro aparato digestivo no está formado y por este motivo es importante que nos alimenten con leche materna. A través de la porosidad intestinal propia del recién nacido se absorben los nutrientes de este alimento. Cuando nos empiezan a salir los dientes, perdemos la enzima que digiere la leche, puesto que ya estamos preparados para comer más sólido. Es en este momento cuando se empieza a introducir otros alimentos con mucho cuidado, ya que nuestro aparato digestivo todavía está inmaduro y muy permeable. Entre estos alimentos uno de los favoritos es la leche de vaca, y con ésta comienzan muchos de los problemas de salud que arrastramos durante toda la vida.
La leche de vaca contiene una estructura molecular demasiado grande para el bebé (sólo hay que ver el tamaño de un ternero y el de un bebé). La leche tiene la capacidad de permeabilizar el aparato digestivo del ternero para que los nutrientes de ésta se absorban debidamente. El mismo efecto ocurre cuando se alimenta con leche de vaca a un bebé. A través de esta permeabilidad se absorben unas moléculas demasiado grandes que ponen el sistema inmunológico del bebé en estado de alerta, lo cual puede causar inflamación crónica, alergias y, con el tiempo, debilitar el sistema inmunológico. Estas repercusiones suelen acompañar al individuo durante toda la vida, aunque sus manifestaciones varían. Por ejemplo, en un principio el bebé puede presentar cólicos, problemas de oído y catarros continuos; de niño, los síntomas suelen manifestarse en terrores nocturnos, asma o hiperactividad; en la adolescencia puede aparecer acné, depresión y dolores de cabeza; en la juventud, problemas  intestinales y menstruales; en la madurez y vejez, dolores artríticos y osteoporosis. Todos estos trastornos de salud pueden deberse a una misma causa: intolerancia a los lácteos.
Por si esto fuera poco, los productos lácteos producen mucha mucosidad en el organismo taponando el sistema linfático (el que nos ayuda a desintoxicarnos). Bloqueando la absorción intestinal y congestionando el sistema respiratorio. Recordemos que sólo un escaso porcentaje de la población mundial tolera los productos lácteos. Por ejemplo, la raza china, los indios de Sudamérica, ni muchas poblaciones africanas, por mencionar algunos pocos, no la consumen.
Como sustitución de los productos lácteos son recomendables los productos de soja y la leche de arroz y avena. No hay que tener miedo a una posible carencia de calcio cuando se eliminan los productos lácteos de la dieta. La leche es alta en este mineral pero baja en magnesio (indispensable para ayudar en la absorción del calcio en los huesos). Los mejores alimentos ricos en ambos minerales son los vegetales verde oscuro, apio, col, brócoli, nabos, soja, higos y ciruelas secas, harina de algarroba, olivas, algas (especialmente la Hijiki), frutos secos y semillas.

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